
Celso Piña: 6 años sin el rebelde del acordeón y su cumbia inmortal
El 21 de agosto de 2019, la música popular mexicana se detuvo por un momento. La noticia corrió como pólvora en los medios de comunicación y redes sociales: Celso Piña, conocido en todas partes como “El rebelde del acordeón” había fallecido a los 66 años en Monterrey, la ciudad que lo vio nacer, crecer y convertirse en leyenda. La causa fue un infarto agudo de miocardio. Fue internado de emergencia en el Hospital San Vicente, pero no logró sobrevivir.
La confirmación llegó a través de La Tuna Group, la compañía que manejaba su carrera. El comunicado cerraba con una frase que todavía resuena entre sus seguidores: "Nos quedamos con un intenso vacío, pero nos deja su gran legado para siempre".
Esa tarde, Monterrey se convirtió en un gran escenario improvisado de despedida. Afuera del hospital, decenas de personas llevaron bocinas y acordeones para rendirle tributo con lo que más amaba: la música. En otras ciudades del país fanáticos organizaron homenajes espontáneos, reafirmando que lo de Celso no era fama pasajera, sino identidad cultural. Su último mensaje en redes sociales quedó como una profecía corta y certera: "No hay quien se resista a la cumbia".
Del barrio a los escenarios internacionales
Celso Piña nació el 6 de abril de 1953 en la colonia Independencia, un barrio popular ubicado en el Cerro de la Campana, al sur de Monterrey. Fue el mayor de nueve hermanos, hijo de Isaac Piña y Tita Arvizu. Su infancia no fue sencilla, ya que desde muy pequeño tuvo que trabajar para ayudar en su casa. Vendía fruta en las calles, repartía tortillas, fue tapicero, molinero de maíz, ayudante en talleres mecánicos e incluso empleado de intendencia en el Hospital Infantil de Monterrey.
En ese ambiente obrero y familiar la música no era una meta clara, pero siempre estuvo presente. Su familia escuchaba rancheras, boleros y música tropical. Celso declaró muchas veces que descubrió que tenía oído musical casi por accidente, cuando un vecino lo invitó a tocar el güiro en una banda de su barrio.
Su primer contacto serio con la música llegó con Los Jarax, una agrupación local en donde tocaba las maracas. Sin embargo, desde entonces tenía claro que lo suyo era el acordeón. En 1980, tras años de esfuerzo, logró comprar su primer instrumento. Desde ese día lo convirtió en una extensión de sí mismo. Inspirado por grandes referentes colombianos como Alfredo Gutiérrez, Aníbal Velásquez y Andrés Landero, comenzó a tocar vallenato.
Así nació Celso Piña y su Ronda Bogotá, una agrupación integrada por sus hermanos y amigos. En un principio se presentaban en fiestas, bodas y bailes populares de Monterrey, sin imaginar que esa mezcla de cumbia y vallenato sería el inicio de un fenómeno musical que terminaría recorriendo el mundo.
El sonido que rompió moldes
En los años 80 Monterrey se convirtió en cuna de la cumbia rebajada, un estilo surgido casi por accidente cuando los discos de vinilo se reproducían a menor velocidad. Ese error técnico dio lugar a un sonido más profundo, lento y melancólico, que pronto fue adoptado como parte de la identidad juvenil en el norte de México.
Celso Piña no solo abrazó esa estética, sino que la reinventó. Llevó la cumbia más allá, fusionándola con géneros que parecían imposibles de juntar: ska, reggae, hip hop y norteño. Su propuesta era atrevida, pero tenía raíces sólidas los barrios. Era música popular con una dosis de rebeldía, y sofisticación que llamó la atención dentro y fuera de México.
El gran salto le llegó en 2001 con Barrio bravo, un disco que lo catapultó a la fama internacional. Allí colaboró con artistas como Control Machete y Café Tacvba, quienes veían en él a un pionero capaz de unir mundos musicales que antes no dialogaban. De este álbum surgió "Cumbia sobre el río", una canción que trascendió generaciones. No era solo música para bailar, era una declaración de principios.
Su discografía es amplia y diversa, pues grabó más de 20 discos, incluyendo Cumbia poder, Desde Colombia, Retoño rebelde, Mundo Colombia, Aquí presente compa y El canto de un rebelde para un rebelde, este último en homenaje al Che Guevara. También colaboró con Julieta Venegas, Lila Downs, Gloria Trevi, El Gran Silencio, Pato Machete, Toy Selectah, Los Humildes y Bronco.
Cada álbum ofrecía una exploración musical distinta. Lo suyo no era repetirse, sino probar, arriesgar y demostrar que la cumbia tenía un potencial infinito.
Una vida dedicada al acordeón
El acordeonista, de quien ya se cumplen 6 años de su partida, nunca estudió música en forma académica. Su aprendizaje fue completamente autodidacta, basado en la práctica y en un oído privilegiado. Pasaba horas enteras en el sótano de su casa, un espacio que alguna vez fue la madriguera de su perro llamado Satán, sacando melodías de su acordeón de dos hileras.
Su papá, además de conseguirle ese primer instrumento, le fabricó una caja colombiana artesanal para acompañar sus ensayos. Esa combinación de recursos modestos y creatividad desbordante, se convirtió en el laboratorio donde forjó su estilo inconfundible.
La Ronda Bogotá, formada por hermanos y amigos, comenzó tocando en lugares humildes. Sin embargo, la propuesta fue creciendo hasta alcanzar escenarios internacionales. Llevó su acordeón a América, Europa, África y Asia, en donde sorprendía que un músico del norte de México pudiera reinterpretar y reinventar la cumbia con tanta autenticidad y fuerza. Poco antes de su fallecimiento había realizado presentaciones en Londres, París y Berlín. Su siguiente paso era una gira por Estados Unidos, lo que demostraba que, incluso en sus últimos meses de vida, su carrera seguía expandiéndose.
Aunque siempre reconoció la influencia de la música colombiana, dejó claro que su propuesta era mexicana de raíz. Convirtió al acordeón en un símbolo de rebeldía y modernidad para conectar con públicos diversos. Sus conciertos eran espacios únicos en donde se encontraban jóvenes, familias, amantes de la música tropical y hasta roqueros que llegaban por curiosidad. Todos terminaban bailando y unidos por la fuerza de su cumbia.
Su música sigue viva
A seis años de su fallecimiento, Celso Piña sigue tan vigente como siempre. No solo por nostalgia, sino porque su propuesta encaja perfectamente en un mundo donde la mezcla de géneros es la norma. Lo que en su momento fue audaz y rompedor, hoy se ve como adelantado a su tiempo.
Su influencia está presente en nuevas bandas que se atreven a fusionar estilos, en DJs que samplean sus canciones para darles nueva vida, y en jóvenes que descubren su discografía y se sorprenden con lo que un músico del Cerro de la Campana pudo lograr.
La Ronda Bogotá, la agrupación que lo acompañó durante décadas, continúa presentándose en distintos escenarios para mantener vivo su espíritu. Además, su historia ha sido contada en documentales, libros y tributos que buscan preservar su memoria.
Pero más allá de los homenajes oficiales, lo más importante es que su música continúa sonando en donde siempre quiso: en las fiestas, calles, plazas y en cualquier lugar en donde alguien pone una cumbia para bailar. Ese es el verdadero legado de Celso: una música que cruza generaciones y fronteras, que no distingue edades ni etiquetas.
Él mismo lo decía: "La música no tiene fronteras, ni banderas, ni límites". Y su acordeón, rebelde como siempre, sigue atravesando todos esos muros, recordándonos que la cumbia no se detiene y que él está más presente que nunca.
Foto: Instagram @celsopinaoficial
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